Aeropuertos, estaciones de tren, metros, aglomeraciones urbanas periféricas de nueva construcción: los no-lugares, como los llamó Marc Augé, han sido considerados durante mucho tiempo espacios neutros, anónimos, con características homogéneas y sin identidad real. Sin embargo, con el paso de los años, la velocidad de los intercambios a nivel mundial ha otorgado a estos espacios un papel crucial. Despojadas de su simple función de zonas de tránsito, las infraestructuras de movilidad son microsistemas de ciudades especializadas y contienen todo lo que puede satisfacer las necesidades de los usuarios: los que viven en ellas y los que están de paso.
La intención explícita de los diseñadores se convierte así en la de transformar los grandes nodos de intercambio en propagaciones de las ciudades, no en episodios aislados, desvinculados del contexto. Y es en pos de este objetivo que se están replanteando las estaciones y los aeropuertos de última generación. De simples espacios para recorrer rápida y distraídamente, se convierten en nuevas plazas postmodernas en las que pasar el tiempo entre tiendas, bares, restaurantes, zonas de exposición o detenerse a admirar el valor del corpus arquitectónico. Los no-lugares evolucionan hasta convertirse en superlugares, desarrollando una nueva e inédita centralidad: espacios con mucha concurrencia en los que viajar se convierte en una de las posibilidades, no la única.
Y es también en estos superlugares donde Cotto d’Este ha sabido trasladar su know how, prestaciones y belleza: la superioridad de unos pavimentos y revestimientos resistentes y de fácil mantenimiento que, al mismo tiempo, crean el marco estético más adecuado para las historias de los que viajan, la seguridad de los que están de paso y de los que se quedan allí unos minutos o, a veces, horas entreteniéndose.